ELA, esclerosis múltiple…No son lo mismo. Tienen una palabra en común y afectan al sistema nervioso pero son muchas las diferencias entre esclerosis múltiple y ELA.
La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune, es decir, las propias defensas del organismo reconocen como extraña a la mielina, la envoltura de las prolongaciones de las neuronas. La mielina es necesaria para que la señal nerviosa se transmita adecuadamente por lo que la EM provoca que se vaya perdiendo la conexión.
Aquí te explicamos las diferencias entre ELA y esclerosis múltiple.
La primera gran diferencia es la edad a la que aparece: la esclerosis múltiple se diagnostica en población más joven, de entre 20 y 40 años. Sin embargo, la ELA aparece entre los 40 y 70, con un pico entre los 55-65. Además, la esclerosis múltiple afecta especialmente a mujeres mientras que la ELA a hombres. Además hay una gran diferencia entre el número de afectados de cada una en nuestro país. Las estimaciones dicen que en España hay 55.000 pacientes de esclerosis múltiple y 3.700 de ELA.
Otra gran diferencia es la esperanza de vida. Aunque la esclerosis múltiple es una enfermedad neurodegenerativa, estudios muestran que las personas afectadas viven entre 5 y 10 años menos de la media habitual. Sin embargo, la esperanza de vida con ELA es de entre 2 y 5 años debido al rápido avance de la enfermedad.
En ambas enfermedades se han detectado alteraciones en genes concretos. Pero que sea una enfermedad relacionada con mutaciones genéticas no quiere decir necesariamente que sea hereditaria. De hecho, no se ha encontrado ninguna forma hereditaria de la esclerosis múltiple. Sin embargo, sí que hay una ELA hereditaria, conocida como ELA familiar y corresponde al 5-10% de los casos.
A pesar de que las causas de ambas enfermedades permanecen desconocidas (excepto las formas de ELA familiar), la exposición a determinados efectos ambientales parece tener impacto. Hay trabajos que relacionan el desarrollo de la esclerosis múltiple al tabaquismo, la obesidad infantil, infección por Epstein-Barr durante la infancia, la dieta (niveles bajos de vitamina D) y la exposición a disolventes orgánicos. Por otro lado, existe cierta asociación entre el desarrollo de ELA y fumar (en mujeres tras la menopausia), la dieta (niveles bajos de vitamina E y/o ácidos grasos poliinsaturados), un índice de masa corporal bajo, ciertas exposiciones ocupacionales (pesticidas, metales, campos electromagnéticos), algunos virus (HERV-K, HHV-6, HHV-8) o problemas médicos previos (traumatismo craneoencefálico, enfermedades metabólicas, cáncer, neuroinflamación). Sin embargo, solo futuros trabajos permitirán conocer hasta qué punto estos factores están relacionados con el desarrollo de estas patologías.
Aunque las dos son enfermedades neurodegenerativas, como se explica antes, afectan a diferentes neuronas y de un modo distinto. Esto hace que los síntomas que producen sean diferentes.
Por otro lado, para la ELA el caso más frecuente es que comience en las extremidades (ELA espinal). También puede comenzar por problemas del habla o para tragar (ELA bulbar) e incluso con problemas de la respiración (ELA respiratorio). Normalmente no causa dolor ni alteraciones cognitivas significativas mientras que además mantiene la funcionalidad de los esfínteres y los sentidos. Sin embargo, en todos los casos, se extiende progresivamente al resto de partes del cuerpo provocando problemas en la movilidad, el habla, la deglución y la respiración.
El punto final que por ahora distingue a estas enfermedades es su tratamiento. Los distintos tratamientos para la esclerosis múltiple permiten tanto impedir su avance como manejar sus síntomas. Por el contrario, actualmente no hay tratamiento efectivo para la ELA. El único fármaco aprobado en España es el Rulizol, que consigue aumentar la esperanza de vida de 3 a 5 meses. En cambio, sí se aplican tratamientos para aliviar los síntomas como favorecer la respiración o permitir la alimentación.
ELA y esclerosis múltiple son, por tanto, dos patologías que a pesar de ser confundidas frecuentemente, presentan grandes diferencias que deben ser tenidas en cuenta para el diagnóstico y tratamiento de las personas afectadas por ellas.